Margarita Drago es argentina, radicada en Estados Unidos desde que salió de la cárcel, en 1980. Como ex-prisionera política ha representado a su país en congresos realizados en los Estados Unidos, México, Perú y Francia. Ha publicado en periódicos y revistas literarias, educativas y de derechos humanos. Es profesora de lengua española, literatura y educación bilingüe en York College, de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Actualmente es la vice-presidenta de Latino Artists Round Table, una organización cultural sin fines de lucro fundada en 1999, un proyecto de resistencia a la hegemonía del mercado corporativo de la cultura. Ha participado en la organización de congresos, conferencias, tertulias literarias de LART y, también, ha representado a esta organización en lecturas, presentaciones y charlas en centros culturales y universidades. Es autora de Fragmentos de la memoria: Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980), y de Sor María de Jesús Tomelín (1579-1637), concepcionista poblana: la construcción fallida de una santa, obra inédita de la que se han publicado capítulos.
Poemas de Margarita Drago
Atacama
Un telescopio gigante apunta su ojo certero al firmamento en medio del desierto de Atacama. El hallazgo de una estrella conduce a la búsqueda esperanzada de otra, en una cadena interminable de descubrimientos.
Un grupo de arqueólogos busca vestigios de la civilización perdida, a la que otra hundió, despiadadamente, en la tierra.
Una madre camina encorvada en esta inmensidad de arena, espina y piedra. Se detiene, escarba, hurga, busca rastros de seres queridos. No importa que la tierra le devuelva un hueso, una mano, un pie, un calcetín, un signo que cierre el ciclo angustioso de la búsqueda y dé comienzo al duelo.
Ay, si por un instante el telescopio cambiara su objetivo y dirigiera su ojo gigantesco a la tierra, para al fin, desenterrar a tantos muertos.
Visión
Hoy, Northern Boulevard se me figura la avenida Córdoba. Lo transito hacia el norte y los edificios se vuelven casas de ladrillo con jardines y enredaderas frescas trepadas a sus muros. Hoy, Northern Boulevard se estrecha, se torna calle familiar. Miro un punto fijo en la distancia, y se vuelve punto allá en el sur. Las nubes se precipitan y van a dar contra la piedra del asfalto donde se dibuja el rostro de mi madre. Quiero
atraparlo, grabarlo en la memoria, y la imagen se diluye en el aire.
Reconstrucción
I
Rostros inquietos,
narices que hurgan,
ojos que husmean
papeles revueltos.
Sombra sigilosa
que se arrastra,
se encarama
en los estantes.
Manos que buscan
la llave que herrumbró el olvido.
Puertas se abren
La noticia atraviesa
paredes.
La imagen se congela.
La luz abre mis ojos,
lentamente
los cierra.
Otra vez allí, a mis espaldas.
Se alargan,
se encogen,
se esconden,
aparecen.
Me siguen,
persiguen,
buscan,
y acorralan,
me hacen guiños,
son mueca-carcajadas.
Los echo,
los espanto,
cierro puertas y ventanas.
Otra vez allí, del otro lado.
Los llamo,
los convoco,
los amarro
los escupo,
los aprieto,
los destripo,
y caen
como guiñapos
a mis pies.
II
Exhausta
me incorporo.
Los miro,
los llamo
por sus nombres verdaderos,
los levanto,
los re-armo,
les devuelvo
la boca,
los ojos,
la mirada,
y con ellos,
mis collares,
mis orejas,
mis pendientes,
vuelta nube,
vuelta aire,
echo a andar.
Hora crepuscular
En esta hora crepuscular, hora exacta de un lunes de marzo,
camino bajo un cielo plomo por las calles de mi barrio,
araño nubes y busco respuesta a las preguntas de siempre.
Tú, en tu cuarto de tres por cuatro,
espantas demonios y haces pactos con los dioses.
El fragua palabras en hornos de plata fina
con las que pretende herir de muerte al centauro.
Ella llora en silencio la muerte temprana del poeta.
Nosotros, los soñadores de entonces,
nos empeñamos en que emerja el hombre nuevo
entre escombros de hierro y de cemento.
Y ellos, qué será de ellos en esta hora exacta,
hora crepuscular, dónde habrán ido a dar tanto amor y tantos huesos.
Atada de pies y manos
Quién diría, yo que vi a la muerte pasearse muy oronda en los pasillos de
Villa Devoto, en los pabellones de la vieja alcaidía, tras las rejas y frente a las
rejas. Yo que he visto tantas veces su ojo amenazante apuntarme con certeza
detrás de la mirilla de la celdas, me encuentro aquí, en la cuna del imperio,
al que combatí con palos de escoba y jarros de aluminio, con lapicitos de punta
fina y con el arma más certera: la palabra. Me encuentro aquí, en esta urbe
decadente, atada de pies y manos, desovillando el pasado, buscando el punto de
partida y un puerto donde anclar. ¿Volver al origen? No sé si pueda, he mudado
tantas pieles, he caminado tantas ciudades, he aprendido a distinguir tantas lenguas y tantas variedades de la mía, que no sé si logre encajar en la vida pueblerina y ver el mundo desde la única ventana que lo vieron mis ancestros. Lo cierto es que aquí tampoco quepo. Tengo a mi disposición muchas ventanas que me permiten ver el mundo desde múltiples ángulos; pero me faltan manos que las abran y ojos que miren a través de ellas. Me faltan los pobrecitos de mis pueblos, los sin techo, los malhablados que no fueron a la escuela, los sin dientes, los sin ropa, los que ven el pan de cada día en la mesa de los ricos. Me hacen falta los niños, los jóvenes, las mujeres de mis barrios. Me hacen falta mis hermanos.
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